Al permitir también las mutaciones de la mente, la etiomedicina es el tratamiento de evolución por excelencia.
David JEGOU
El aprendizaje empírico del Hombre se hace a través de las reacciones afectivas que le genera el entorno. A todos nos ha sucedido que nos quemamos o nos pinchamos un dedo con una aguja. El primer reflejo será retirar el dedo de lo que causa daño. La respuesta afectiva a ese dolor será la advertencia generada por el miedo a repetir la experiencia y eso nos llevará a evitarla.
Lo mismo sucede con las experiencias negativas. Cuando nos enfrentamos a una experiencia que nos causa sufrimiento, en muchas ocasiones, ese sufrimiento imprime una memoria de miedo a nivel celular que nos llevará a evitar

situaciones similares y condicionará nuestro comportamiento. Un ejemplo claro sería el de un niño al que muerde un perro. Si el niño no logra asimilar o superar la experiencia, la información guardada estará acompañada por miedo, lo que lo llevará a temer a los perros de una manera general y tratará de evitarlos. Esta conducta predispondrá al niño y le generará patrones de conducta que se afianzarán (o cristalizarán) con el tiempo. Primero será miedo a los perros, después quizás a los gatos, luego a los animales en general. El episodio traumático quedará en el pasado remoto y en su edad adulta, esa persona podría sentir que sus reacciones frente a una situación similar se vuelven desproporcionadas.
Parece banal, pero imaginemos el mismo esquema con episodios traumáticos de traición, de decepción, de abuso de autoridad... ¿Cuántas veces han escuchado decir a alguien "todos los hombres (o mujeres) son iguales" o "yo prefiero no confiar en nadie antes que volver a ser traicionado"? Estas situaciones son ocasionadas por un episodio desagradable en el que UNA sola persona "traicionó" o "ejerció su autoridad" sobre alguien que después termina generalizando, cambiando su comportamiento y sistematizando su respuesta frente al mismo estímulo, lo que le ocasionará malestar.